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Años después de golpiza policial: Mujer periodista sufre graves secuelas emocionales y sicológicas

Tegucigalpa, Honduras | Reporteros de Investigación. Sofía -nombre modificado- cuenta su historia en primera persona. Desde la primera golpiza me convertí en blanco de vigilancia, intervención telefónica, investigación y seguimiento. Ese 08 de septiembre del 2019, fue otro quiebre en mi vida. Me hice presente a la UNAH antes de las seis de la mañana, no había por donde entrar, y pude ver la indiferencia de los colegas periodistas oficialistas, estaban prestos para entrevistar a los uniformados, era lo único que les interesaba. Trate de entrar porque me informaron que había estudiantes dentro pero fue imposible.

Habían detenido trece estudiantes, de los cuales solo diez fueron trasladados al Core7 de los otros tres no sabíamos nada. Después de las seis y media logramos entrar por un punto ciego con Dina, revisamos todo y le preguntamos a Sauceda y a Aguilar por los tres jóvenes, ellos perjuraron que no los tenían, de echo yo había llamado al teléfono de uno de ellos y supuestamente me contesto (sin saber que el que me había contestado era un policía), me dijo que se había escapado. Fue tanta nuestra insistencia que después se me informó que los sacaron a prisa en un carro sin placas, vidrios polarizados con rumbo al Core7.

Comenzaron a llegar agentes de la Dirección de Investigación Criminal fuertemente armados. El comisionado Colindres nos dijo que harían uso de la fuerza, diez minutos después nos estaban enganchando a una grúa, al principio nos pareció gracioso, nos mantuvieron así como diez minutos. Aguilar que estaba sentado en una de las bancas de cemento, me vio y me dijo que me acusarían de atentado. Segundos después metieron la mano con un frasco de gas pimienta el que me rosearon en los ojos, boca y parte del cuerpo.

Los parpados se me pegaron a los ojos, perdí la visión, solo escuche los gritos de todos dentro del bus, abrieron la puerta, alguien me agarró y me tiró fuera, casi no podía respirar. A medida que pasaban los minutos se me trancaba más la respiración, en ese momento pensé que moriría, escuche que alguien me dijo, solo a usted no la han enchachado súbase a la patrulla. Luego alguien me alzó y me tiró encima de no sé quién. Para eso, yo ya casi no respiraba casi nadita, me hinque en esa paila de la patrulla solo susurré “Dios ayúdame”, me paré y antes que creyeran que me quería escapar logré gritar “soy asmática”. Me pasaron a la cabina, porque allí había aire acondicionado.

Mi pecho cansado casi no me respondía, el ardor del gas era horrible, podrán decir que la locura me invadió en ese momento, me resigné a que así acabaría todo, ya no sentía el aire; mire a mi amiga de la infancia que hace unos meses había fallecido de cáncer, vestida de blanco con un resplandor tras ella y me sonrió, la vi tan bien, pacífica; luego vi a mi madre de la misma manera, me sonrió tan dulcemente que me transmitió una paz, y supe que todo estaría bien.

Yo allí aferrada por el ardor a un escudo, empecé a hacer saliva y a lavarme la cara con ella porque disminuía el ardor también a hacer mocos obligándome a sacarlo, me comencé a tranquilizarme, a hacer ejercicios de respiración, lo que hizo que poco a poco volviera a sentir el aire acondicionado.

Han pasado dos años aún lloro amargamente al recordar todo esto, la gente me dice “ya pasó”, “eso es el pasado”, “tienes una nueva vida”, “no fue mucho lo que te pasó”, “no te revictimices”. Pero nadie está en mi psique, ni yo misma sé qué abrió ese día en mi mente que había fragmentado en un lugar tan profundo para que no me hiciera daño.

El sentarme a escribir parte de lo que pasé, es como una catarsis, que me enseña que puedo ser fuerte de maneras que no pensé, ahora debo ser fuerte para aprender a disfrutar de nuevo mi libertad.

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